Prólogo

La primera parte de 2012 La Puerta, relata los hechos acontecidos en el planeta antes de que un movimiento inesperado del eje terráqueo provocara cambios tremendos en toda la Tierra.
Este inesperado cambio de eje estimulado por una energía sin precedentes que ingresa al sistema solar, también despierta las capacidades dormidas del ADN de todo ser vivo y, en especial, el del humano.

Los custodios del planeta, llamados Guardianes, anticipan la noticia de este dramático cambio solo a algunos humanos previamente elegidos. Pedro es uno de ellos, y en esta transición ayuda a los demás a no tener temor. Todos tendrán una oportunidad para evitar vivir un movimiento planetario dramático.

2012 La puerta - Parte II – es la última parte de esta novela, donde Pedro es convocado a una misión de regreso al planeta Tierra que está siendo renovado, y los terremotos y tsunamis son moneda corriente, su objetivo es proteger a una persona de vital importancia en el nuevo mundo. Vivirá experiencias que creía haberlas evitado, conocerá una de las ciudades intraterrenas y será testigo del destino de aquellos que no abrieron su portal antes del cambio de eje terráqueo.

Una emocionante e intensa novela de ciencia ficción que quizás nos muestre uno de los posibles futuros.

2012 La Puerta Parte II - Capitulo I

La Nueva Gaia


Una luz los encegueció por un momento, mientras cruzaban el portal. Pedro seguía caminando con pasos cortitos y lentamente, abrazado a María. Se detuvieron y abrieron los ojos. Una silueta los esperaba de frente, era don Juan que, con lágrimas en los ojos, abría sus largos brazos para fundirse con Pedro y María en un cálido y fuerte saludo.
Un paisaje espléndido se mostraba todo a su alrededor.
Los colores eran increíbles: un cielo diáfano y azul, con un sol brillante y cálido que los iluminaba. Era un bosque, o algo así; a poca distancia podía ver a grupos de personas conversando, todos se mostraban excitados y felices, reían, hablaban en voz alta, se abrazaban y besaban.
Un arroyo muy cercano se hacía escuchar con su torrente de agua cristalina y fresca.
La temperatura era ideal, Pedro calculaba que estaría cercana a los 25 grados centígrados, y una brisa suave los acariciaba. El suelo se veía cubierto de una gramilla espesa y acolchada, húmeda y agradable para caminar.

Por instinto ambos miraron hacia atrás, quizás para ver lo que habían abandonado, y solamente vieron un espacio verde, sin rastro alguno del portal o vestigio de la vieja Tierra.
––Ya pasó ––aseguró don Juan
––Sí pero tenía que mirar para ver si estaba allí todavía ––replicó Pedro.
––Esto es maravilloso ––comentó María.
––Lo es, y lo será por mucho tiempo para ustedes ––respondió don Juan.

Se fueron acercando a uno de los grupos; a medida que la distancia se acortaba, podían oír en sus mentes lo que pensaba cada una de esas personas, y a su vez ellas también oían lo que pensaban Pedro y María.

Todo era transparente, claro, no había miedo, solo felicidad y sorpresa.

Sin conocerse se abrazaron con los desconocidos, ya que solo con mirarse comprendían sus sentimientos.
––¿Esto no es la Tierra? ––dudó uno.
––Al menos se le parece  ––respondió otro.
––Sin embargo no hay nada, ninguna vivienda, comida, agua ––agregó la voz un tercero.
Pedro, recordando las palabras del guía, habló: ––Esa es la idea, tenemos la oportunidad de construir algo nuevo. Nuestros deseos mancomunados se harán realidad al instante, ¡probemos con algo!
––A ver… yo desearía tener una mesa colmada de comida y bebida, ¿ustedes qué piensan? ––consultó una mujer del grupo.
––¡Sí, sí, podría ser! ––respondieron casi todos al mismo tiempo.

En un abrir y cerrar de ojos una mesa de unos cinco metros de largo, que hasta tenía un mantel blanco, apareció de la nada ofreciendo alimentos y bebida fresca.
Todos se sorprendieron y se acercaron con cautela al banquete.

Don Juan se fue alejando del grupo con una enorme sonrisa en su rostro.
Pedro fue el primero en tomar un alimento de una de las fuentes servidas, probó, y con un gesto de aprobación incitó al resto a hacer lo mismo.
La voz se corrió enseguida a los otros grupos cercanos, y pronto todos estaban comiendo y bebiendo tranquilos. Algo había pasado en la gente. No había temor, no había ansiedad, no había apuro, nadie comía más de lo que necesitaba, nadie intentó crear algo más sin el consentimiento de la mayoría. Una nueva conciencia se había manifestado en nuestra conducta. Éramos seres humanos más evolucionados, sin el instinto de conservación que nos convertía en depredadores en la dimensión anterior.

Ya con tranquilidad, y habiendo pasado el shock inicial, los grupos se empezaron a congregar sin que nadie lo hubiera propuesto, ¡éramos UNO!
Casi nadie hablaba, ya que todos nos entendíamos por telepatía, cada uno sabía lo que pensaba el otro. No había confusión, no había prepotencia, todos se hacían entender, sin interrumpir; es muy difícil de explicar como casi al unísono todos escuchábamos todo.
Nuestra capacidad actual era asombrosa. Nuestros cuerpos eran más livianos, casi ni comimos, creo que lo hicimos por el hábito que traíamos, pero no por hambre realmente. Luego me di cuenta que el menú ofrecido era todo natural, no había ninguna comida animal, todas legumbres, frutas, verduras, casi todo crudo. Y el agua fresca, a pesar de mantenerse en unos botellones transparentes vaya a saber de qué material, era sabrosa, muy agradable al paladar, y daba una sensación energizante al beberla.

Solo se podía manifestar lo que estaba alineado con este nuevo mundo. Por más que alguien deseara algo que no perteneciera a esta dimensión, no lo podría hacer. Todo por fin era sincrónico, las personas que correspondían estaban presentes, el marco natural respondía a las vibraciones elevadas del lugar, y los reinos, tanto animal, vegetal como mineral, estaban perfectamente correspondidos en un clima de convivencia de la más alta frecuencia.
El aire se sentía más puro, entraba a nuestros pulmones en forma liviana y fresca, cada respiración era un placer; nuestro cuerpo agradecía ese aire, todos estábamos radiantes, plenos, lucíamos muy saludables, con un suave color rosado en nuestros rostros, los ojos brillantes y transparentes y los cabellos lustrosos a pesar de su falta de higiene.

Pudimos ver algunos animales, en especial caballos sueltos que pastaban mansamente a un centenar de metros de donde estábamos; también algunos perros que vagabundeaban por ahí, más allá ciertas vacas rumiando pastos tiernos. En el cielo pasaban bandadas de pájaros de diferentes especies: chicos, grandes, coloridos. Parecía un cuento para niños, todo color, toda paz, todo luz. Quizás los niños éramos nosotros aprendiendo de nuevo pero con una experiencia a cuestas que nos hacía más fuertes y sabios. Como en la Tierra,  aunque esta vez sin el velo que nos impedía recordar nuestro origen.

Cerca de nosotros había unas cuevas muy agradables, limpias, frescas, profundas y libres de cualquier riesgo o peligro, si es que existía algo así en esta dimensión. Eso lo intuíamos sin necesidad de comprobarlo, nuestras nuevas capacidades así lo permitían, nuestro corazón nos avisaba de cualquier alerta. En este plano no había lugar para los animales agresivos, convivíamos en una equilibrada relación: nadie sacrificaría animales para su alimentación, ni tampoco los que existían cazaban para su subsistencia, todos eran herbívoros y nosotros vegetarianos, comiendo aquellos frutos y vegetales que crecían bajo la luz solar y sin necesidad de cocinarlos. 

De a poco empezaron a aparecer las primeras herramientas y comodidades: mantas, bolsas de dormir, linternas, sanitarios mixtos, todo manifestado como la comida, en forma ordenada y tranquila. Nadie manifestaba lo que en verdad no se necesitaba. Mañana sería otro día y veríamos lo que hiciera falta. Volvíamos sin querer al mundo material, intentando recobrar lo que a priori nos parecía necesario e indispensable, todavía estábamos atados a nuestro recuerdo y en shock por lo vivido. Con el tiempo debíamos mirar hacia adelante y liberar lo que habíamos abandonado por voluntad propia.

En pocas horas había conjuntos de personas organizadas, responsables de una parte de la infraestructura que necesitábamos; un grupo de  huertas, ya que algo nos decía que la tierra nos daría mucho más alimento sano que lo manifestado y que era un deber usar esa capacidad para cosas de mayor trascendencia y evitar la comodidad de tener todo servido, otro grupo de organizar y mantener las duchas y sanitarios, otros se ocuparían del agua potable, etc. etc.

La primera noche nos sorprendió con un cielo nunca antes visto, plagado de estrellas, totalmente transparente y claro. Intuíamos estar en otro punto del sistema solar o bien fuera de él, ya que el panorama era totalmente desconocido para todos. Notamos que nuestros cuerpos tenían un brillo en la oscuridad nunca antes percibido, eran cuerpos menos densos y más cristalinos. Si bien conservábamos toda nuestra anatomía, éramos más livianos y no necesitábamos ingerir demasiados alimentos.

Algunos ingresamos a las cuevas, otros se quedaron a dormir bajo el cielo estrellado, nadie quedaba a velar nuestro sueño, no existía peligro por el cual estar alerta.
Una paz y tranquilidad nos invadió apenas cerramos los ojos, un futuro nos esperaba, pleno de amor y evolución. Había sido una jornada extensa, difícil, pero a pesar de ello nadie daba muestras de estar estresado, ni nervioso, quizás el cruce del portal transformó ––como era de esperarse–– nuestro ADN, entre otras cosas, lo que nos provocaba una rápida recuperación de nuestro sistema ante un acontecimiento como el que habíamos vivido.

¡Por fin el sueño se había hecho realidad! Parecía mentira estar en otra dimensión, habiendo dejado un mundo maravilloso, pero que necesitaba esa remodelación, estábamos habitando otro no menos grandioso, aunque esta vez en un nivel de evolución no experimentado por la actual raza humana en toda su historia.

El amanecer nos sorprendió con los grupos activos y responsables de la comida dejando los alimentos preparados para el desayuno. Casi la misma comida del día anterior.
También sentimos que, a pesar de las escasas horas de sueño, estábamos vigorizados y con una sensación energizante, ¡no sentíamos nada de cansancio!
Estábamos reunidos conversando, cuando un alboroto detrás nos hizo girar 180 grados.
A unos 50 metros pudimos divisar un grupo de cinco o seis hombres que venían saludando a todos los que se cruzaban en su camino. Continuaban caminando hacia nosotros.
Ya más cerca de nuestra posición pude divisar al hombre que encabezaba ese pequeño grupo. ¡Era don Juan! ¡Eran los Guardianes!
Me adelanté con pasos presurosos para saludarlo en un abrazo fuerte y prolongado, unas lágrimas rodaron por mis mejillas. Si bien hacia un día que lo había visto, no podía contenerme por lo que significaba ese hombre en mis últimas cuarenta y ocho en la otra Tierra.